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Rubio-Nomblot-1997Gerardo Aparicio: El viaje invisible
JAVIER RUBIO NOMBLOT-  El Punto de las Artes, 1997
A menudo se da una paradoja: cuanto más con­trolado por el artista está un tra­bajo, cuanto más conoce éste su propio proceso creativo, cuanto más consciente es de lo que hace, más oscuro y hermético es el resultado final. El artista que no se interroga sobre lo que está haciendo, que no indaga sobre el proceso que sigue su propia cre­ación, genera una obra de fácil lectura; el que repara en cada detalle del proceso, arriba a un puerto que ni él mismo recono­ce. La obra de Gerardo Apari­cio (Madrid, 1943) es uno de los ejemplos a nuestro parecer más notables de cómo aquello que surge de la introspección es siempre tan inesperado como revelador: inesperado porque aquí está la fuente inagotable de las imágenes siempre renovadas y siempre dotadas de sentido (aunque éste no pueda ser expre­sado con palabras), y revelador porque aquí surgen los signos y los símbolos, que son eternos, aquí se entrelazan las raíces de distintas culturas, se escuchan también las voces de épocas remotas y afloran aquellas visio­nes que son comunes a todos los seres humanos. Leemos un texto manuscrito del autor, que nos confirma lo que pensábamos: sólo se habla en él del proceso, se detalla cada fase del trabajo, se explica cómo las cosas van surgiendo, generándose unas a otras, y da la impresión, incluso, de que el artista es ajeno a lo que va sucediendo. Hay una palabra final, sin embargo. La misma que buscaba Descartes con su investigación sistemática, acaso aquello que está en el origen de toda actividad humana: la liber­tad. Advertido esto, centrémo­nos en las imágenes de esta exposición, que son en su mayo­ría acuarelas de formato medio, aunque destaca poderosamente esa escultura en madera, la «maqueta» de una casa eléctrica. Se trata de la casa de Hokusai, un grabador japonés que vivió en el siglo XVIII y que, siguien­do una extraña práctica religio­sa, llegó a cambiar de morada setenta y dos veces. Varias de sus casas aparecen retratadas por Gerardo Aparicio, junto a algunos de sus signos ya habi­tuales: la cola del Gato Félix, la cabeza del Ratón Mickey… Per­sonajes que viven en un mundo cuya dimensión onírica y surre­alista captó hace muchos años ya este pintor y que son acaso los únicos que pueden sobrevivir a este viaje alquímico que representa su obra. (Galería Egam. Villanueva, 29. Hasta el 10 de enero).

Huici-1992Virtuosas Mudanzas
Gerardo Aparicio muestra las cualidades poéticas que acompañan a las mudanzas de su estilo.
FERNANDO HUICI – El PAÍS, 1997
Anima, de algún modo, el espíritu de esta muestra, de secreta y deliciosa emoción, en el jeroglífico compuesto por un pequeño ciclo que Gerardo Aparicio (Madrid, 1943) titula La casa de Hokusai. El propio artista revela, como origen de ese emblema privado, la anécdota que quiere que el maestro por ex­celencia de la estampa japonesa cambiara su morada por otra nueva cada vez que in­tuía la irrupción de un cambio en su len­guaje gráfico. Y ese nomadismo legendario del memorable creador de las vistas del monte Fuji se hace aquí también metáfora del propio hacer del pintor madrileño y de las virtuosas mudanzas que conforman la esencia de su poética.
La silueta de La casa de Hokusai o de esos ratones que conforman un guiño recurrente en su trayectoria integran, junto a algún otro signo espectral, el alfabeto básico sobre el que el pintor despliega esa suntuosa y emotiva invención itinerante, cuya geografía germina en la libertad e incesante sorpresa de sus quiebros en el seno mismo del lenguaje y del abismo sensual de la materia.
Demuestra una vez más Gerardo Aparicio, en la excelente y refinada imaginación que guía, subterráneamente, la floración de este ciclo último, su condición también de viajero solitario, ensimismado en la exploración inagotable de un intempestivo confín interior.
Y en él muchos reconocemos – precisamente desde ese empeño en eludir, a contracorriente, la pegajosa inercia de las modas circundantes – a uno de los talentos más singulares y entrañables que a la postre ha dado, en el tiempo, el devenir de su generación.

Adolfo-CastañoGerardo Aparicio
ADOLFO CASTAÑO- ABC
Los paisajes interiores de Ge­rardo Aparicio —realizados con un lujo de técnicas mixtas: collages y acuarelas sobre pa­pel— están escritos con palabras-imágenes fragmentarias. Estos ele­mentos plásticos vienen y van por el espacio siguiendo una narración cuyo secreto y dirección guardan la mente y el sentimiento de su hace­dor. Estos elementos son impac­tantes, punzan nuestra visión, en ocasiones la amenazan, y todo ello circula dentro de situaciones que Aparicio denomina, una y otra vez, de «Hecatombe».
¿A qué responden estas situa­ciones límite?
Las imágenes se nos aparecen como signos jeroglíficos, signos cuya transcripción a nuestro código visual de espectadores, al movilizar nuestra memoria asociativa, nos produce la sensación de una cruel­dad ambiente, efectivamente de caos o hecatombe. Caos irracional que se racionaliza al constituirse en un alfabeto que Aparicio utiliza luego con sabiduría combinatoria. No podemos precisar en cuál de las obras que Aparicio ha realizado se ha dado el descubrimiento de la posibilidad expresiva de los signos utilizados.
En las composiciones se mez­clan elementos positivos: ‘Antor­chas sujetas por brazos mutilados, volcanes, ojos, pinceles, elementos que tienen una capacidad de ac­ción sobre el mundo que habitan; y elementos negativos o neutros: ne­gativos, todo cuanto araña, hiende, penetra, corta: hoces, lanzas, tene­dores, látigos, etcétera; neutros: sombreros, haces en el suelo con apariencia inocente, etcétera.
Hay también bodegones que po­nen en relieve algunos elementos de las composiciones, y a los que Aparicio otorga un carácter concre­to, un carácter español, tal vez el adjetivo haga referencia al «vigilar y castigar» de Michel de Faucault.
Nos preguntábamos más arriba a qué respondían estas situaciones límite, y la respuesta creemos que se encuentra en las sensaciones plásticas que Aparicio nos comuni­ca, y las sensaciones las traduci­mos en el campo de la libertad hu­mana, libertad personal, sin duda, libertad socio-política desde luego, y también libertad frente a las ata­duras ético-religiosas.
Queremos hacer notar la caligra­fía que rodea o se introduce en las composiciones. Las frases que Aparicio escribe pensamos que tie­nen más contenido sígnico que ex­plícito. Son como pequeños tele­gramas, notas dispersas en las que el valor sugestivo de una palabra arrastra el mensaje: textos ambi­guos, polivalentes, y, en cualquier caso, bellos por su aspecto, tran­quilizadores, aunque no terminen de ser comprensibles:
Es muy difícil colocar a Gerardo Aparicio dentro de un grupo o ten­dencia: su individualidad es incon­testable. El que su código plástico tenga reminiscencias del pasado en alguna ocasión es algo pura­mente instrumental dentro de nues­tra cultura.

Huici-1986Exvotos y jeroglíficos
Fermando Huici- EL PAÍS, 1986
Me ha atraído en la obra de Ge­rardo Aparicio (Madrid, 1943) la contagiosa, capacidad de mani­pulación sobre la que se generan sus propuestas, capacidad de manipulación de Imágenes elo­cuentes y capacidad de manipu­lación de materiales, de los que extrae soluciones muy imaginati­vas y de indudable efectividad plástica. Si las creaciones artísti­cas tienen algo de castillos en el aire, de ilusión en el vacío y, a la vez, cargada de sentido, Aparicio es un constructor de rotunda ca­pacidad. Sus obras son como juegos de prestidigitación de los que nos sorprende su carácter etéreo, su extrema libertad, pero que bajo su lúdica apariencia mantienen un trasfondo pertur­bador.
El lugar mental y físico del que nace el hacer de Aparicio pertenece, en un sentido extenso, a la tradición del collage. Collage mental, porque sobre fragmentos de imágenes emblemáticas ela­bora como en un torbellino su propio discurso jeroglífico; frag­mentos de materiales, papeles desgarrados, con los que recompone con extrema soltura y capa­cidad inventiva ese universo en su dimensión plástica más literal. De una cierta memoria pop —he­rencia más conceptual en el que estilística— nace también el uso alegórico que cobran ciertas imá­genes recurrentes en su obra.


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